Como prolongación de nuestra estancia en Chile o la Polinesia Francesa, pasamos unos días en la isla más aislada en el Pacífico Sur. Rapa Nui sigue siendo un auténtico enigma: no se sabe nada del origen de su población, ni de esos extraños gigantes de piedra llamados moais, ni de sus imponentes plataformas (ahu), ni de las técnicas empleadas para su fabricación y transporte.
Pero es lo suficientemente pequeña (23 x 12 kms.) para recorrerla a pie, en bicicleta o a caballo, y también en 4×4 para los que no dispongan de mucho tiempo. Desde Hanga Roa, un pueblo tranquilo de ambiente polinesio, iniciamos todos los recorridos, empezando por las esculturas de Tahai, Ahu Akivi y Ahu Vaïhu, y siguiendo por los volcanes Teravaka y Poike, entre petroglifos, grutas y acantilados.
También subimos a los montes Tangaroa y Puna Pau, de cuyos cráteres se extraía la toba volcánica para la construcción de las cofias (pukau) que llevan algunos moais, y recalamos en la playa de Ovahe, muy de cerca de Te Pito Kura, donde una piedra redonda nos indica que estamos en “el ombligo del mundo”.
Sus 887 moais están hechos en piedra volcánica, basalto, tracita y toba
El espectacular Tapati Rapa Nui Festival se celebra durante 15 días desde finales de enero
Para entender la historia de la isla visita el Museo Antropológico de Sebastián-Englert
Varios clubes de buceo proponen salidas entre arrecifes, cavernas y grutas submarinas