Como prolongación de nuestra estancia en Chile o la Polinesia Francesa, pasamos unos días en la isla más aislada en el Pacífico Sur. Rapa Nui sigue siendo un auténtico enigma: no se sabe nada del origen de su población, ni de esos extraños gigantes de piedra llamados moais, ni de sus imponentes plataformas (ahu), ni de las técnicas empleadas para su fabricación y transporte.
Pero es lo suficientemente pequeña (23 x 12 kms.) para recorrerla a pie, en bicicleta o a caballo, y también en 4×4 para los que no dispongan de mucho tiempo. Desde Hanga Roa, un pueblo tranquilo de ambiente polinesio, iniciamos todos los recorridos, empezando por las esculturas de Tahai, Ahu Akivi y Ahu Vaïhu, y siguiendo por los volcanes Teravaka y Poike, entre petroglifos, grutas y acantilados.
También subimos a los montes Tangaroa y Puna Pau, de cuyos cráteres se extraía la toba volcánica para la construcción de las cofias (pukau) que llevan algunos moais, y recalamos en la playa de Ovahe, muy de cerca de Te Pito Kura, donde una piedra redonda nos indica que estamos en “el ombligo del mundo”.